jueves, 26 de enero de 2012

Relatos caninos: "Cholo, otra semilla".

Tan acostumbrados nos encontramos hoy en día con los perros que no es anormal hacer nuestras actividades acompañados de sus ladridos. Nos acostamos y nos levantamos escuchando sus irreconocibles sonidos, no es que nos molesten, pero es tanta la rutina que a veces no nos percatamos de las realidades que ellos viven.

¿Cuántas veces nos hemos visto acariciando a un perro vago o cediéndole un poco de comida la cual no consumimos? ¿Cuántas veces no hemos visto como van creciendo los perros callejeros de la zona, que de la nada un día desaparecen? Y de hecho, ¿Cuántas veces no te has encariñado con aquel alegre amigo que solo te mueve la cola al verte, llegando al extremo de darle un nombre?.
Pero tras todos ellos hay historias, historias llenas de aventuras y luchas para poder sobrevivir diariamente en las calles.

¿Cómo llegaron esos perros ahí?, seguramente nacieron y crecieron todos en la calle, ¿Cómo no lograrían poder sobrevivir cada día comiendo basura y luchando por una sombra bajo algún árbol si ese es su medio habitual desde siempre? y seguirán ahí porque no es culpa de nadie el hecho que vivan fuera.

Sí, claro, nadie es culpable es solo un proceso natural.

En nuestra sociedad los perros callejeros son como las plantas, haces un agujero en la tierra, insertas una semilla dependiendo de la raza o mezcla que desees que surja, cubres la semilla con más tierra y con un poco de agua, minerales y sol nace un perro, así de simple.
Si así surge aquel perro salvaje que habita las calles siendo agresivo con nosotros los inocentes ciudadanos. Y lo peor es que este perro planta más semillas produciendo más y más perros en un ciclo sin fin, es que estas semillas están descontroladas y nos tienen frustrados pensando en como eliminar a estos seres que salen de la nada y se reproducen sin control, pobre de nosotros los inocentes.

Es aquí donde entra mi vecino, si ese que vive a tan solo una cuadra de mi casa. Puede que sea un abuelito muy simpático y que salude a todo el mundo, pero es inverosímil el desfile de perros que ha pasado por su hogar. Yo de los lindos cachorros que he logrado contar superan los dedos de mis manos.

¿Qué paso con estos juguetones cuadrúpedos? La respuesta es tan simple como obvia, crecieron. ¿Acaso mi vecino pensaba que se trataban de perros con la formula de la juventud?, probablemente.

Los diferentes desenlaces de aquellos caninos son tan diversos siendo los más recurrentes el ir a abandonarlos a la vega central, pero no es simplemente tomarlos, subirlos a la camioneta y dejarlos en algún lugar para luego acelerar presionando el pedal a fondo escuchando the Rolling Stone en el fondo, no, es aún más dramático. 




Cholo fue un cachorro de tantos, tan pequeño como mi desgastada zapatilla converse. Con un estomago lleno de parásitos que le daba incluso una apariencia más tierna, es que un cachorrito con una pancita gigantesca y moviendo la colita sin frenar a descansar en ningún segundo puede lograr que hasta al más frio individuo le nazca una sonrisa. El pequeño tenía pelaje negro y corto, de ahí su nombre, claro. Lucía unos gigantescos ojos negros también y una pequeña nariz siempre húmeda por sus constantes besos locos lanzados a cualquier mano o cosa que se le acercara acariciándolo. Se lograba apreciar a metros que el perrito era alguna mezcla entre un labrador y Dios-sabe-qué otra raza. Un “Quiltro”.

El cachorro en sus primeros días acompañaba al senil hombre en todos sus paseos y actividades diarias, desde ir a comprar al bazar de la cuadra o al ir a sentarse con la “fresca” a la plaza donde se juntaba con sus colegas a hablar de lo que antes podían hacer, mi vecino se veía feliz con su nueva adquisición y no faltaban las presentaciones a todos sus conocidos con el quiltro en sus brazos. A pesar de esto no era el primer cachorrito con el que hacía eso, y tampoco sería el último.

La Belle époque termino, y el canino comenzó a crecer a pasos agigantados. A algo más del mes el cuadrúpedo ya era una molestia para el viejo, y no faltaban los quejidos del animal que eran producidos por golpes como forma de castigo por las travesuras del aún cachorro.

Paso aún más tiempo y finalmente el perro ya había crecido, se veía más hambriento. A pesar de que todos los vecinos lo alimentábamos con comida de nuestras mascotas o sobras de los almuerzos, el perro se veía igual. Poco a poco el cachorro se quedaba afuera y por más que golpeáramos la puerta del anciano y este finalmente recibiera al canino nuevamente en su casa a los días la historia se repetía y Cholo volvía a estar afuera de la casa de su dueño acostado en el suelo esperando por entrar.

Lo que siempre seguía en estas historias era que el viejo los llevaba bien lejos, cosa que los perros se desorientaran y no pudieran volver, pero nunca resultaba y Cholo no fue la excepción, regresaba una y otra vez hasta el gran portón de quien antes era su protector. Finalmente para evitar el melodrama el cachorro y los anteriores perros fueron llevados a la Vega, de donde por razones obvias, no regresaban. Con cada nueva temporada llegaban nuevos perros y finalmente eran en este mismo desenlace en el que finalizaban, en su gran mayoría.

Historias como la de Cholo y mi vecino hay muchas en mi comuna y no solo aquí, sino en todas, este ya ha pasado a ser un problema a nivel nacional. No nos hagamos los desentendidos con un problema que nosotros mismos hemos provocado y que debemos solucionar por una cuestión de obligación y deber frente a estos seres que han sufrido solo las consecuencias de poca responsabilidad, porque tener un perro no es un beneficio, es una nueva obligación que trae con ella grandes costos monetarios y nuevas tareas; tal como dijo una vez una veterinaria.

Chile infórmate, edúcate, se consecuente… porque aún podemos cambiar y solucionar estos problemas que nos acompañan con el diario a vivir.

Publicado por:
Constanza Mañan Lepe

No hay comentarios:

Publicar un comentario